Chile y el Consejo de Seguridad: nuevos tiempos, nuevas tareas
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Fernando Reyes Matta
Fernando Reyes
Sin duda es un importante logro de la diplomacia chilena el anuncio hecho hace pocos días por el canciller Alfredo Moreno: “Chile es candidato para el Consejo de Seguridad para los años 2014 y 2015 y hemos recibido el apoyo de la totalidad de los países latinoamericanos y del Caribe”.
Desde la recuperación de la democracia, Chile ha formado parte de ese órgano clave de Naciones Unidas en dos ocasiones: en los períodos 1996-1997 y 2003-2004.
Ahora no sólo tendremos un nuevo gobierno en Chile, también circunstancias de seguridad muy distintas a las vividas en los períodos anteriores. Los conflictos entre estados han disminuido y cuando las crisis afloran -como en la península de Corea o entre China y Japón- la diplomacia busca poner paños fríos a la situación. Nadie puede asegurar que un estallido mayor no pueda darse, pero es evidente que las condiciones globales hacen menos factibles tales confrontaciones.
Los temas mayores se han trasladado a los espacios internos. Esa es la crisis en Siria, como también -aunque menos comentada- la que se vive en Mali, Africa. Pero en esos y otros conflictos hay dos factores esenciales presentes: por una parte, crisis de toda la institucionalidad política, donde la salida deriva en guerra civil, muertes y destrucción masiva; por otra, quiebres sociales ligados a una hecatombe financiera que ha golpeado, precisamente, a los países supuestamente más sólidos en la economía mundial.
El concepto seguridad no es el mismo, las tensiones son otras. El mundo dejó atrás la Guerra Fría, pero el mundo aún no termina de construir un orden multipolar que responda a las nuevas relaciones de poder. Chile no es ajeno a ese orden mundial en construcción. Precisamente nuestro modelo de desarrollo, tan ligado al devenir de otros mercados lejanos, hace que la seguridad global sea parte de nuestros intereses. ¿Si las cosas anduvieran mal entre los grandes de Asia o en Panamá o en Europa no nos afecta directamente? Si siempre fue así, hoy lo es mucho más.
Cuando la Asamblea General ratifique en octubre el respaldo a Chile, como se espera, por dos tercios de sus miembros, estaremos entrando al organismo colegiado más importante de Naciones Unidas. Tiene cinco miembros permanentes y diez que van entrando periódicamente por representación regional. Hoy se cuestiona la representatividad plena de aquellos cinco estados permanentes: Estados Unidos, Rusia, China, Francia y el Reino Unido. No basta con ellos para dar cuenta del mundo de hoy. Hay aspirantes con igual legitimidad, o más, de estar allí, como Alemania, India o Brasil.
Pero en el intertanto que lleguen las reformas, Chile aportará lo suyo porque ya lo hemos hecho antes. Si uno revisa la etapa del 1996-97 se dejó una huella importante: por primera vez las ONG pudieron dar su testimonio ante el organismo mundial. En lo que se denominó “la fórmula Somavía” (ello ocurrió cuando al embajador chileno Juan Somavía le correspondió presidir el Consejo) la entidad escuchó el testimonio de la Cruz Roja, de Oxfam y otras instituciones similares para saber lo que pasaba en la crisis de los Grandes Lagos, en Africa, con más de 2 millones de desplazados tras el terrible genocidio registrado en Ruanda. En el período 2003-04 dos hechos marcaron nuestro perfil: Chile se opuso a la intervención de Estados Unidos en Irak (para el presidente Lagos no hubo pruebas suficientes de armas químicas, como luego demostró la realidad) y ante la crisis en Haití, a comienzos de 2004, Chile puso allí más de 500 efectivos militares en 48 horas. Y hoy seguimos comprometidos con esa Operación de Paz en el país más pobre y desarticulado de América Latina.
Diez años después volvemos al Consejo. El mundo es otro, especialmente porque los ciudadanos y sus redes sociales observan, cuestionan, califican lo que cada país hace en su responsabilidad con el mundo. Lo nuestro, como siempre, será demostrar que los principios de seguridad y humanidad van juntos.